jueves, 22 de octubre de 2009

CARTÓN PIEDRA - Hoy: diseccionando a los monstruos del Japón



Puede uno pensar que Japón, siendo a día de hoy el único país del mundo que ha recibido un bombardeo atómico, está culturalmente traumatizado ante la visión nefasta del hongo nuclear. Por eso, desde no mucho tiempo después de terminar la 2ª Guerra Mundial, comenzaron a llegar monstruos radiactivos a las pantallas y las viñetas del país del sol naciente: todos recordamos a Godzilla (o Gojira), aquel lagarto bracicorto que arrasaba el país año sí año no, y cuyas costuras solamente pasaban desapercibidas ante los ojos inocentes de un niño. Las andanzas de Godzilla dieron lugar a tantos otros engendros del abismo nipón, desde la tortuga gigante Gamera a la mariposa -también gigante- Mothra, protagonistas todos ellos de películas bastante olvidables de sábado por la mañana. Siempre resultaba interesante, sin embargo, la relación de amor-odio que se establecía entre estos machacatokios y la gritona población civil: como si de unos Clint Eastwoods antediluvianos se tratase, con sus ponchos mexicanos y sus puritos medio consumidos, los mostrencos igual te aplastaban hoy de un pisotón como te salvaban mañana de un ataque alienígena. Fue tal vez esta ambigüedad lo que, como sucedía al monstruo de Frankenstein, los hacía incompatibles con el raciocinio y las buenas maneras, por lo que finalmente se optó porque fuese el ser humano el que, de una u otra manera, tomase el control de la situación.

En fin, que nos ataca un ejército de pterodáctilos alienígenas lanzarrayos y resulta que no queremos dejar Tokio como un llano de Ciudad Real, por lo que tenemos dos opciones:

a) Contar con la ayuda de un pedazo de robot de procedencia extraterrestre.
b) Contar con la ayuda de un pedazo de robot que un científico canoso y afable acaba de proporcionarnos.

De la opción a) nacen los defensores al estilo Ultraman o Bioman (estos eran un equipo), tan válidos para dar la patada a los pterodáctilos como para vender una tonelada de muñecos de acción; y de la opción b) emergen los vacilones y tuneados Mazinger o Goldorak, dirigidos por chavales a lo Peter Parker, que matan pero no ligan.

¡Y la de cosas que lanzaba aquella gente! Rayos, llamaradas, misiles... todo para conseguir resolver las querellas que se repetían con esquemática precisión en todos los capítulos de sus series respectivas: llegaban uno o dos monstruos del espacio, los detectaban unos hombrecillos bajitos con gafas y bata blanca, y arrasaban un par de polígonos industriales en las afueras mientras el héroe metálico de turno se daba por enterado y sacaba a pasear los puños (esto era especialidad de Mazinger) hasta mandar a los bichejos de vuelta al quinto pino. Con los años, la cosa se puso tan pesada que hubo que añadirle emoción: cuando daban al monstruo por vencido, llegaba un esbirro de segunda y lo hacía aparecer de nuevo, pero quinientas veces más grande, con lo que había que sacar la artillería pesada en forma de robot mastuerzo de treinta metros formado con todos los vehículos del equipo y, de paso, un espadón fluorescente. Los americanos, con sus Power Rangers, calcaron el estilo hasta el punto de que cuando los jóvenes protagonistas se ponían las mallas, adquirían hechuras físicas y maneras de levantar la pierna sospechosamente orientales.

Hoy, vencidos por los Pokemon y demás encarnaciones de Super Mario de la misma forma en que las bacterias terminaron con los trípodes de H. G. Wells, Godzilla y su prole disfrutan de un merecido descanso en el lecho oceánico, y esperemos que no haya que volver a ver el horrible hongo para que despierten de su sueño.

Así empezaba Mazinger Z: