domingo, 17 de enero de 2010

¿En vinilo o en CD? ¿Y qué tal en mp3?

(entrada parcialmente extraída del blog "Otras músicas, otros mundos")

Parecería que la primera pregunta ya se ha quedado obsoleta, viviendo plenamente y desde hace años en el mundo del mp3 (reproductores minúsculos, capacidad enorme de almacenamiento en un ordenador casero, bajada online, etc.). Pero hay cosas que aclarar, al menos para mí.

A mediados de los '80, con el lanzamiento a gran escala de los primeros CD's musicales -la patente pertenece a la compañía Philips-, los fabricantes de discos de vinilo se debieron echar las manos a la cabeza. ¿Qué futuro había para sus enormes soportes de antaño, grandes y fácilmente rayables y rompibles, ante los bonitos compact discs, más pequeños y difíciles de estropear con el uso? Desde luego, el viejo vinilo se ensuciaba con mirarlo, y por bien que estuviese efectuada la grabación no dejaban de escucharse los famosos clics cada vez que la aguja se topaba con una motita de polvo. Hubo muchos que guardaron los vinilos en el fondo del baúl y abrazaron la religión del láser, recomprando sus colecciones de música en el nuevo y futurista formato. Algunos incluso se deshicieron de sus LP's.

Discos de vinilo.

Hasta mediados de los '90 o más tarde, el compact disc era el mejor formato imaginable, indiscutido y acaparador de todas las ventas, seguido a muchísima distancia por las viejas cintas de cassette, que no llegaron a extinguirse entonces por aquello de escuchar en el coche y en los walkman.

Último usuario conocido de un radio-cassette de coche.

Cinta de cassette.

El discman fue el principio del fin para las cintas. Y también llegarían los primeros grabadores de CD que uno podía utilizar en casa. Comenzaron los follones cuando los artistas de la música vieron bajar sus ventas por culpa de quienes se dedicaban a copiar los CD's -había incluso tiendas clandestinas a las que llevabas un compact disc y te lo copiaban-, llegando en última instancia al problema del top-manta. Y ahora éste también parece peligrar, muy a pesar de los mafiosos y sus esclavos inmigrantes.

Compact discs.

Entonces, con el cambio de siglo, ¡ay! llegó la revolución de Internet y la democratización de los precios de la banda ancha, y me imagino que no tardó en darse cuenta algún nerd de lo sencillo que sería poner grabaciones musicales en la red y traficar con ellas.

Posible impulsor primigenio del formato mp3.

Todo el mundo se hizo con grabadores de CD y del formato de vídeo en auge, el DVD, hasta que llegó el mp3, también conocido como la peor pesadilla de las sociedades de autores. El mp3, formato digital "no-físico" y que pulula por Internet como Pedro por su casa, supone ya el colmo de los problemas: por el precio que pagamos al contratar Internet, que usamos para muchas otras cosas, podemos bajar de forma virtualmente ilimitada cualquier contenido audiovisual que se nos antoje, y reproducirlo en unos cacharritos bastante baratos (¿40 euros?) cuyo tamaño se acerca cada vez más al de una tarjeta de crédito o la capucha de un boli, en los que cabe fácilmente el equivalente a cuarenta o cincuenta CD's de audio.

La pesadilla de una discográfica.

Y aquí es hasta donde yo quería llegar: almacenaje a lo bestia, precio irrisorio, músicos/discográficas en pie de guerra... Hay un detalle que a casi todo el mundo se le pasa por alto: la calidad del sonido. Yo entiendo que hoy en día todo hijo de vecino quiera comprar barato, es humano y comprensible; pero no deja de ser sorprendente que, por un lado, todo el mundo quiera estar a la última, comprándose siempre el ordenador más moderno, poniéndose la ropa más actual, peinándose a la última, etc., y sin embargo se conforme con un formato de sonido que, en la inmensa mayoría de los casos, tiene una calidad irrisoria. Penosa. Existe una enorme cantidad de álbumes musicales circulando por Rapidshare, Megaupload, Hotfile y similares cuya calidad de sonido es ínfima, y sin embargo a nadie le importa bajarse estas pseudocopias de las grabaciones originales y vanagloriarse de llevar en su reproductor "lo último de lo último", cuando en realidad lo que escucha es una versión sin nitidez de ningún tipo, sin que brille para nada la alta tecnología que actualmente se utiliza en un estudio de grabación. También podríamos hablar de en qué medida un álbum musical no es sólo música, sino un embalaje cuidadosamente diseñado que supone un objeto de arte y coleccionismo, pero prefiero no entrar en polémicas innecesarias. Admitamos que hay portadas de arrebatadora belleza:










Sin comentarios.

En resumen, que más allá de los problemas de derechos de autor o de la crisis del mercado discográfico se está fomentando una cultura respecto a los medios audiovisuales en la que lo que importa no es la calidad ni la experiencia sensorial, sino únicamente lo barato que te ha salido todo: desde los nefastos "tonos-reales" para móviles que algunos escuchan con la misma seriedad que quien se planta ante un hi-fi cuadrofónico, hasta los archivos en mp3 de menos de 128 kbps.

Público objetivo del formato de audio para móviles.

Recuerdo que hace algunos años hubo quien se quejó de que los CD's no sonaban tan bonitos como los viejos vinilos, que las regrabaciones digitales parecían "metidas en un cubo", sin la cualidad cristalina del soporte del LP. Y era verdad. Pues pensemos entonces en lo horripilante que es el sonido del mp3 respecto al de las grabaciones de hace tres décadas, y nos daremos cuenta de que todo este asunto de buscar lo barato no es sino una involución, un retroceso impulsado en muchos casos por personas que no tienen demasiado criterio musical, sino simplemente utilitarista.

Escuchar música, para el aficionado que de verdad se precie de serlo, debería significar escucharla bien, con la mayor calidad de audio posible, captando todos los matices posibles de lo que el artista grabó en su momento. Algunos artistas como Peter Gabriel están fomentando la expansión de otros formatos de audio que puedan circular por la Red, tales como un mp3 superior a los 320 kbps (que es la calidad máxima a día de hoy en un archivo de audio), y supongo que otros archivos como el FLAC, cuya calidad es, al parecer, idéntica a la del CD. Y otros colectivos, todavía más valientes, proponen volver al vinilo: aquellas fundas enormes en las que los diseños de las portadas y del interior ponían los ojos como platos, aquel sonido que, chasquidos de polvo aparte, era como tener a la banda tocando en vivo.

Vista parcial de una defensora a ultranza del vinilo.

En fin, que si las discográficas y los artistas quieren defender su campo con o sin la ayuda de los gobiernos, tal vez podrían intentar educar al aficionado sobre la calidad de la música grabada mediante inteligentes campañas de publicidad, en lugar de ponerle puertas al campo con leyes sobre cierres de páginas y tal y cual. Pan para hoy...

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